Bicentenario
Por estos días y, desde noviembre de 2020, en toda Francia y en el mundo entero proliferan las visitas guiadas, exposiciones de arte, ciclos de conciertos, proyecciones de cine y demás celebraciones y conmemoraciones por el bicentenario del fallecimiento de Napoleón Bonaparte, ocurrido el 5 de mayo de 1821 en la isla británica de Santa Elena.
Allí, se encontraba preso desde 1815, tras su derrota definitiva en la famosa batalla de Waterloo. Durante una década, había dominado casi toda Europa Occidental y Central.
Dieciséis peritos coincidieron en que murió de un cáncer de estómago, enfermedad que también había padecido el padre de Bonaparte.
Sin embargo, el mismo Napoleón en vida, se encargó de sembrar la duda sobre su envenenamiento por parte de los británicos. "Mi muerte es prematura. Me han asesinado el oligopolio inglés y su asesino a sueldo", había denunciado en su testamento.
Un detalla de la pintura "Napoleón en Fontainebleau, 31 de marzo de 1814", por el pintor francés Paul Delaroche. Foto AFP/ Kenzo TRIBOUILLARD
Cien años después, se encontraron altas dosis de arsénico en muestras de cabello y dientes, aunque no se llegó a una conclusión certera, ya que, al parecer, muchos productos de uso diario contenían esa sustancia en la época.
También hubo quienes creyeron que no era su cuerpo el que yacía dentro de aquellos cuatro ataúdes, uno dentro del otro, que fueron sepultados bajo una pesada losa.
Aunque colaboró con la Revolución Francesa de 1789, que terminó con la Monarquía e instauró la República, e incluso fue íntimo amigo de Robespierre –el más radical de los jacobinos, uno de los que más cabezas cortó, hasta que rodó la suya– diez años después, el 18 de Brumario (9 de noviembre) de 1799, Bonaparte se encaramó en el poder, golpe de Estado mediante.
La máscara de la muerte de Napoleón en la exhibición "Napoleón: de Waterloo a Santa Elena, el nacimiento de una leyenda", en el memorial de Waterloo en Braine-L'Alleud. Foto AFP/ Kenzo TRIBOUILLARD
Claro que la escalada fue progresiva. El 11 de noviembre de ese año había asumido como Primer Cónsul de la República, en 1802 como Cónsul vitalicio hasta que llegó a autoproclamarse Emperador de los franceses en 1804 y Rey de Italia en 1805.
Este militar bautizado Napoleone di Buonaparte había nacido el 15 de agosto de 1769 en la isla francesa de Córcega, que había sido italiana hasta el año anterior.
De ahí ese francés con acento italiano que lo acompañaría durante toda su vida. Perteneciente a una familia de sangre azul –su padre había sido miembro de la corte de Luis XVI– junto con sus siete hermanos y por exigencia de su madre, era uno de los pocos seres humanos que se bañaba todos los días, ya que la costumbre de la época era hacerlo una vez al mes.
Prendas de Napoleón Bonaparte: el bicornio, botas, guantes, armas y un telescopio. Foto AFP/ THOMAS COEX
En la escuela, había sido un chico hosco y retraído que no jugaba con sus pares y culpaba a los franceses de oprimir a los corsos. Solo le gustaban las matemáticas y la geografía, quizás haya sido gracias a esto que se convirtió en un gran estratega de guerra, al punto de llegar a ser considerado uno de los mayores genios militares y un ambicioso expansionista territorial, que controló casi toda Europa durante una década (1805-1815).
Figura discutida y controversial como pocas, el petit caporal (pequeño cabo) como lo llamaban sus soldados, fue admirado y aborrecido con igual vehemencia.
Sus descomunales campañas de guerra en las que movilizaba a cuantiosos ejércitos, con mayores victorias que fracasos (aunque los tuvo también y grandes) lo colocaron en el podio de los grandes estrategas militares, a la vez que sus aportes a la conformación de un Estado centralizado y moderno hicieron que se erigiera como uno de los estadistas más influyentes en la historia de Francia y del mundo.
Bicornio y capa de Napoleón Bonaparte, en el Castillo de Fontainebleau, una de sus principales residencias, al sur de París. Foto AFP/ THOMAS COEX
Pero también, sus delirios de grandeza, su ansias desmedidas de conquista y poder y su estilo de gobierno despótico y tirano sumados a su bien habida fama de misógino y esclavista le valieron el odio de buena parte de sus contemporáneos.
Sin ir más lejos, fue el estadounidense Thomas Jefferson, uno de los padres de la Nación del Norte que participó de su gesta independentista (1776) y que fue el tercer presidente de ese país entre 1801 y 1809 quien calificó a Bonaparte así: “[Un] miserable que (...) provocó más dolor y sufrimiento en el mundo que cualquier otro ser que hubiera vivido anteriormente. Después de destruir las libertades de su patria, ha agotado todos sus recursos, físicos y morales, para regodearse en su maniática ambición, su espíritu tiránico y arrollador (...) ¿Qué sufrimientos pueden expiar (...) las desdichas que ya ha afligido a su propia generación, y a las venideras, a las cuales ya ha agobiado con las cadenas del despotismo? (...) El Atila de nuestro tiempo (...) ha causado la muerte de cinco o diez millones de seres humanos, la devastación de otros países, la despoblación del mío, el agotamiento de todos sus recursos, la destrucción de sus libertades (...) Ha hecho todo esto para hacer más ilustres las atrocidades perpetradas, para engalanarse a sí mismo y a su familia con diademas y cetros robados”.
Figuritas de Napoleón Bonaparte en el Museo de Waterloo, en Braine-L'Alleud. Foto AFP/ Kenzo TRIBOUILLARD
Uno de los grandes legados de Napoleón Bonaparte fue la promulgación del Código Civil en Francia (1804), lo cual garantizó, entre otras importantes mejoras, la consolidación de un Estado moderno y centralizado.
?Sin embargo, el Emperador es acusado de misógino por afirmar en él la incapacidad jurídica de la mujer casada. De hecho, luego de haberse casado con Joséphine de Beauharnais, la repudia porque no puede darle herederos.
El memorial de Napoleón Bonaparte en Ajaccio, Córcega, donde nació. Foto AFP/ Pascal POCHARD-CASABIANCA
Por otra parte y, aunque esto no lo exima, se podría destacar que fue el primer gobernante en encomendar una misión diplomática a una mujer, la condesa de Brignole, en 1813; también, nombra a su hermana Elisa al frente del Gran Ducado de Toscana y confía la regencia del Imperio a su esposa Marie-Louise.
Por otra parte, si bien la esclavitud en las colonias francesas ya había sido abolida en 1794, él la restablece cuando Francia recupera la isla de Martinica, con la excusa de que allí aún no estaba vigente la abolición.
La tumba vacía de Napoleón Bonaparte en Santa Elena. Sus restos están en Les Invalides, en París. Foto AFP/ GIANLUIGI GUERCIA