Pasiones Argentinas
Diciembre 8, 2019
Las cosas del malquerer
Clarin OPINIÓN
SILVIA FESQUET
Desde el comienzo fue así: él se convirtió en el eje sobre el cual se asentaba su mundo. Eran muy jóvenes cuando se conocieron, en la Facultad de Medicina. Primero los unió la pasión por la profesión; después fue la pasión a secas, y más tarde, quedó el amor.
Remedando el libro de Sándor Márai que había alcanzado apenas a hojear, ella sintió que él era el hombre justo. Todo fluía naturalmente; nada era un sacrificio cuando de la relación se trataba. Con una sonrisa de satisfacción, lo miraba a los ojos y le decía: “Toda mi vida gira en torno tuyo. Dependo de tus horarios, tus guardias tus congresos”. Para ella, eso era la felicidad. Pasó el tiempo, ella fue reduciendo los horarios de su consultorio y sus turnos de guardia. Apenas alcanzaba a asistir a algún seminario de vez en cuando. Debía estar tan atenta a las necesidades de su hombre, cada vez más ocupado, con más compromisos profesionales, que tenía que hacer malabares para cumplir con todas las tareas y obligaciones. Sobre todo con las que ella misma se imponía. Ni hablar, claro, de reuniones familiares -sólo las estrictamente impostergables y siempre que él estuviera disponible-, o encuentros con las amigas. Así pasaron los años, muchos.
Un día él le anunció que se iba, no de viaje, sino de su vida. La dejaba, sin reproches ni demasiadas explicaciones. Sin saber bien por qué, como obedeciendo a un impulso, fue a la biblioteca y tomó el libro de Márai. Leyó entonces: “La persona justa no existe... Sólo hay personas”, y después: “Estaba tan concentrada en un hombre que no me quedaba tiempo para ocuparme del mundo. Luego perdí al hombre y a cambio hallé el mundo”. Se secó las lágrimas, y salió a conquistar su vida.
Ver Nota completa